04 agosto 2007

Ciudades...




Constituye toda una experiencia vital desplazarse a vivir a una gran ciudad. Da lo mismo que antes hayas leído libros, visto películas u oído relatos ajenos. Tu propio viaje es siempre más intenso que el arte. Pero tras el primer choque de sobreinformación, y cuando todo se calma, surge de nuevo la rutina y sus peligros. Es entonces cuando el arte vuelve para ayudarnos.

Si el camino del metro se vuelve al mismo tiempo lánguido y nervioso un libro lo puede redimir y dar un nuevo valor. Un buen libro que permita la magia de la abstracción y que consiga que veamos el túnel con otros ojos. Si ese libro se titula Las ciudades invisibles, puede además producirse el milagro de que la travesía subterránea sea no sólo esperada sino deseada. Porque donde antes veías un tono gris ahora desvelas un arco iris de sutilezas. La gran ciudad, empequeñecida por momentos, vuelve a expandirse para dar cabida a ninfas de las cañerías, dioses arquetípicos sobre raíles, hordas tártaras a la conquista de un asiento u oasis arábigos de aire acondicionado. Tales son las maravillas que el arte aporta a nuestras vidas.

(Aunque el citado libro es corto en extensión, e infinito en sus evocaciones, la feria de las maravillas de sus ciudades no tiene porque acabar en su epílogo. En la pila esperan Borges, Dunsany, Kafka, Kubin, Bradbury, Schuiten, Valenzuela...)

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